De pronto se tapó el sol. Otro pedazo de monte que estaba ardiendo. Lo veía desde casa, ahicito. Lo veía desde «lejos», porque el viento acorta las distancias y soplaba directo a mis pies, a los pies de los vecinos. Se prenden fuego nuestros pies. NOS prenden fuego la piel. Y el instinto que invade y pone a resguardo todo lo vital y caes en la cuenta que todo lo necesario y esencial de tu vida cabe dentro de una caja.
¿Y ahora? Un frente cada vez más grande, más salvaje y denso y lo veo ahí. ¿Qué guardo, qué corro, dónde pongo? ¿Qué saco, cómo protejo, cómo minimizo, qué mojo? ¿Es miedo o adrenalina? ¿Quiénes, porqué?
Y repentinamente el viento sopla para el otro lado. Gira. Lo devuelve. Aplaca la incertidumbre y da respiro. Nos salvó el viento. No aquellos que tienen la posición y los recursos. El negocio y los grandes intereses primero, el resto que se queme. Algo de todo esto es irrecuperable y eso indigna. Arde mi entraña en la impotencia y la ira. Arde el monte y nada. Nos salvó el viento. Y lo vi de «lejos».
Sofía Pok- Vecina de Capilla Vieja
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