A las Compis en estos Días

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A las Compis en estos Días

Hoy es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, ayer 7 Día de la Visibilidad Lésbica y el próximo 11 se cumplirán 3 años de la desaparición de Tehuel de la Torre, un varón trans que salió a buscar trabajo y nunca más se supo de él.

    Las tres fechas conmemoran (no festejan ni celebran) muertes, o mejor dicho asesinatos: los de trabajadoras quemadas por exigir un jornal y condiciones mas dignas; el de Pepa Gaitan, asesinada por ser lesbiana, acá nomas en Córdoba; y el de Tehuel, de quien aún no encontramos su cuerpo para despedirlo y llorarle. Salió un 11 de marzo a una entrevista laboral no formal, porque los trabajos dignos y formales no abundan y menos para un varón trans de clase popular.

   Localmente la semana pasada la denuncia penal por abuso sexual a un militante de una organizacion social nos sacudió y a algunos quizas sorprendió. En medio de este entorno altamente hostil, las trabajadoras y militantes de las economías populares, además de parar la olla de su propios hogares, encuentran tiempo y ganas para apostar a la militancia colectiva.

   ¿Que pensar?  ¿Sobre todo que decir al tener la doble responsabilidad personal y colectiva de pertenecer a una Radio Comunitaria de una organización social  y a una Grupa Transfeminista?

    En este 8 de marzo, que me encuentra empobrecida y doblemente violentada, me invito y les invito a pensar en el rol de las mujeres y las disidencias en la militancia política. Al intentar aunar  ese postulado  de “ LO PERSONAL ES POLÍTICO”, debe aclararse que la violencia contra las mujeres socava el entramado de relaciones que se construyen en una sociedad y que no es una cuestion privada (ni de la familia ni de las organizaciones): es un flagelo social de índole pública que nos interpela a todas las personas que formamos parte de la comunidad.

    La violencia contra las mujeres y disidencias es una violacion de su dignidad, su libertad, tanto particular como política, y a los Derechos Humanos.  Y para quienes aún, en pleno siglo XXI, lo duden o no lo asimilen: Son parte de los Derechos Humanos. 

    Hace 40 años que llegué a este mundo, igual que la democracia, y he tenido el privilegio de haber sido partícipe militante de la marea feminista (aunque hoy nuevas/viejas palabras me definen mejor y seguramente seguirán mutando), he visto de primera mano cómo leyes de vanguardia en derechos humanos le han cambiado la vida, literal, a muchas personas y a otras sencillamente les dio décadas más de vida.

    Estos cambios llevaron a mujeres y diversidades a entenderse como sujetas políticas e interpeladas por el profundo deseo de transformar el mundo aportando su color. Algunas empezaron a reclamar espacios más equitativos en las mesas chicas, y el avance  se debió también a que compañeros aliados comprendieron que no solo no podían hablar por ellas, sino que entendieron que la lucha no era solamente de clase, sino también de géneros (sumo de raza, de privilegios, de capacitismo entre muchas mas que aun faltan integrar). En cambio otras  no encontraron ese apoyo y corrieron despavoridas al ver que hay espacios en los que nada había cambiado ni había voluntad de hacerlo: las estructuras verticalistas, la resistencia a los cambios reales se volvían discusiones que nunca iban a ganar ni empatar, horarios de reunión imposibles para quienes tienen a su cuidado niños o adultos, horarios donde no hay transporte público para volver y además ponen en riesgo su vuelta. Además de todo esto, aún es alta la posibilidad de ser violadas en una calle oscura.

¿Pero cómo hacer entonces para seguir construyendo colectivamente en espacios donde se nos hace un vacío, donde sólo les sirve si hacés las tareas de base, es decir limpiar los baños, encargarse de la comida y salir de vez en cuando en alguna fecha puntual o estar en la fotito únicamente?

Primero: pensaría en las herramientas protocolares, “Nadie sin Ley Micaela”. Para que no se vuelva a repetir “yo no soy feminista ni machista”, como si pedir igualdad fuera lo mismo que tomar revancha, o analizar los privilegios que doy por sentado (meritocracia) nos midiese  como iguales. A veces las ganas sobran pero no podemos por miles de obstáculos que nos dan ganas de llorar si los empezamos a enumerar.

Ley Micaela para una base común que nos entere de una vez que hay múltiples maneras de ejercer la violencia hacia nosotras y que no sólo los golpes dejan marca: las palabras, los silencios, la inacción también lastiman y dejan huellas en el alma.

Segundo: no es sano para nadie estar solx contra los molinos de viento. El mundo será más equitativo cuando le indigne a todxs la violencia y los abusos, pero si sólo nos encerramos entre quienes piensan como nosotras (que también es preciso en tiempos de trinchera) tarde o temprano el mundo nos exigirá dialogar con otros, dentro de un sano límite, claro. Los cambios serán reales si articulamos con el otrx, compartiendo contrapuntos, saliendo del seductor solipsismo de estas épocas.

Tercero: el espíritu de las organizaciones es superior a la suma de las partes que hoy las componen y que, por amor a ese espíritu, nos paramos con alegría al decir: “esto es tan mío como tuyo”, mientras que en la balanza siga lo bueno y esté presente la  voluntad de escuchar, empatizar y  cambiar. Hacer red y acercarnos a las compañeras que sufrieron abusos y con ellas armar protocolos. Porque las organizaciones, al igual que las personas, no son perfectas y creo con fe que es posible el cambio tanto individual como grupal. Los paradigmas cambian y esta es la época para hacerlo: ¿SI NO ES AHORA CUANDO?

PERMANECE COMPAÑERA, PERO NO LO HAGAS SOLA NI A COSTA DE TU SALUD.

Sé que es un bajón estar volviendo sobre temas que ya son Ley hace rato, pero alguien deberá hacerlo si queremos avanzar. Si hoy nos toca a nosotrxs hablar de lo que para las viejas estructuras es tabú, hemos aprendido a fuerza de padecerlo: el silencio no es saludable, y lo que que traemos es más aire democrático y voces para que las organizaciones sean cada vez más fieles al espíritu que les vio nacer.

Les vengo a proponer un sueño: una sociedad cada vez más justa y equitativa que sólo será posible con nosotras adentro.


Paula Rodríguez

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